Cuando estás viviendo una vida
apretada, cada minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de
cosas pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente
destino. Y no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no
importa cuántas tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo
para ponerse al día.
Esa fue mi vida durante dos años
frenéticos. Mis pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones
electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de
mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi
programa, yo no.
Verás, hace seis años, fui bendecida
con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler
las rosas.
Cuando tenía que estar ya fuera de
casa, ella estaba ahí, toda dulzura,tomándose su tiempo para elegir un bolso y
una corona con purpurina.
Cuando tenía que estar en algún sitio
desde hacía cinco minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el
cinturón de seguridad a su peluche.
Cuando necesitaba pasar rápidamente a
comprar un bocadillo en Subway, separaba a hablar con la señora mayor que se
parecía a su abuela.
Cuando tenía 30 minutos para ir a
correr, quería que parase la sillita paraacariciar a cada perro con el que nos
cruzábamos.
Cuando tenía la agenda completa desde
las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con
todo cuidado.
Mi niña despreocupada fue un regalo
para mi personalidad de tipo A, orientadaal trabajo, pero yo no lo vi. Oh no,
cuando tienes una vida apretada, tienes visión de túnel - solo ves el siguiente
punto en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida
de tiempo.
Cada vez que mi hija me desviaba de mi
horario, me decía a mí misma:"No tenemos tiempo para esto". Así que
las dos palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran:
"Date prisa".
Empezaba mis frases con esas dos
palabras.
Date prisa, vamos a llegar tarde.
Y las terminaba igual.
Nos lo vamos a perder todo si no te das
prisa.
Comenzaba el día así.
Date prisa y cómete el desayuno.
Date prisa y vístete.
Terminaba el día de la misma forma.
Date prisa y lávate los dientes.
Date prisa y métete en la cama.
Y aunque las palabras "date prisa" conseguían poco o nada
paraaumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez
inclusomás que las palabras "te quiero".
La verdad duele, pero la verdad cura...
y me acerca a la madre que quieroser.
Entonces, un día trascendental, las
cosas cambiaron. Habíamos recogido a mihija mayor del cole y estábamos saliendo
del coche. Como no iba losuficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor
le dijo a su hermana:"Eres muy lenta". Y cuando se cruzó de brazos y
dejó escapar unsuspiro exasperado, me vi a mí misma - la visión fue
desgarradora.
Yo era una matona que empujaba y
presionaba y acosaba a una niña pequeña quesólo quería disfrutar de la vida.
Se me abrieron los ojos, vi con
claridad el daño que mi existenciaapresurada infligía a mis dos hijas.
Aunque me temblaba la voz, miré a los
ojos de mi hija pequeña y le dije:"Siento mucho haberte metido prisa. Me
encanta que te tomes tu tiempo, yme gustaría ser más como tú".
Mis dos hijas me miraban igualmente
sorprendidas por mi dolorosa admisión,pero la cara de mi hija menor tenía un
brillo inconfundible de validación yaceptación.
"Prometo ser más paciente a partir
de ahora", dije mientrasabrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa
de su madre.
Fue bastante fácil desterrar las
palabras "date prisa" de mivocabulario. Lo que no fue tan fácil era
conseguir la paciencia necesaria paraesperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a
las dos, empecé a darle un poco másde tiempo para prepararse si teníamos que ir
a alguna parte. Y a veces, inclusoasí, todavía llegábamos tarde. En esos
momentos me tranquilizaba pensar quesolo llegaría tarde a los sitios unos pocos
años, mientras ella fuese pequeña.
Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a
la tienda, le dejaba marcar elritmo. Y cuando se paraba para admirar algo,
intentaba quitarme la agenda de lacabeza para simplemente observar lo que
hacía. Vi expresiones en su cara que nohabía visto nunca antes. Estudié los
hoyuelos de sus manos y la forma en quesus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi
cómo otras personas respondían cuando separaba para hablar con ellos. Observé
cómo descubría bichos interesantes yflores bonitas. Era una observadora, y
aprendí rápidamente que los observadoresdel mundo son regalos raros y hermosos.
Ahí fue cuando por fin me di cuenta deque era un regalo para mi alma frenética.
Mi promesa de frenar es de hace casi
tres años, y al mismo tiempo empezó miviaje para dejar de lado la distracción
diaria y atrapar lo que de verdadimporta en la vida. Vivir en un ritmo más
lento todavía requiere un esfuerzoextra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de
por qué tengo que seguirintentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a
recordar.
Habíamos salido a dar un paseo en
bicicleta durante las vacaciones. Despuésde comprarle un helado, se sentó en
una mesa de picnic para admirar con deleitela torre de hielo que tenía en la
mano.
De repente, una mirada de preocupación
cruzó su rostro. "¿Tengo quedarme prisa, mamá?"
Casi lloro. Tal vez las cicatrices de
una vida acelerada no desaparecen porcompleto, pensé con tristeza.
Mientras mi hija me miraba esperando a
saber si podía tomarse su tiempo,supe que tenía una opción. Podía sentarme allí
y sufrir pensando en la cantidadde veces que le había metido prisa a mi hija en
la vida... o podía celebrar elhecho de que hoy intento hacer algo distinto.
Elegí vivir el hoy.
"No tienes que darte prisa. Tómate
tu tiempo", le dijetranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se
le
relajaron los hombros.
Y así estuvimos hablando de las cosas
de las que hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo
momentos en que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra
y admirando las vistas y sonidos que nos rodeaban.
Pensé que mi hija se iba a comer toda
la maldita cosa - pero cuando llegó alúltimo pedazo, me pasó la cuchara con lo
que quedaba de helado. "Heguardado el último bocado para ti, mamá",
me dijo con orgullo.
Mientras el manjar saciaba mi sed, me
dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.
Le di a mi hija un poco de tiempo ...
y, a cambio, ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más
dulces y el amor llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.
Ya se trate de ...
Tomarse un helado
Coger flores
Ponerse el cinturón de seguridad
Batir huevos
Buscar conchas en la playa
Ver mariquitas y otros bichos
Pasear por la calle
No diré: "No tenemos tiempo para
esto". Porque básicamente estaría diciendo: "No tenemos tiempo para
vivir".
Hacer una pausa para deleitarse con los
placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.
(Confía en mí, he aprendido de la mejor
experta del mundo.)