A lo largo de los años de la vida en que he vagado errante de un lugar a otro, las personas han ido cambiando. En mi camino han entrado y han salido compañeros, amigos, amantes y seres varios, pero ellos, mis libros siempre me han seguido con la misma fidelidad que Sancho mostraba a Don Quijote, muchas veces incluso encerrados en cajas hasta que el beso principesco de mis manos rompía el hechizo y su ataúd de cartón, devolviéndolos así a una nueva morada transitoria en la que mirarían atentos cómo iba construyendo o destruyendo, según las ocasiones, mi vida.
Muchas veces, ellos han sido la única compañía apacible y silenciosa, con ellos me he tomados las mejores copas, las más reconfortantes. De ellos he aprendido aquello que nadie dice, los mejores besos, los mejores consejos, las mejores lágrimas…han sufrido golpes, han vivido en casas ajenas y a veces lejos de mí, pero siempre impacientes cuando he vuelto a buscarlos me han recibido con abrazos de papel, de esos de amigo al que hace tiempo que no ves…
Siempre en fila y en las trincheras de cuartos, se han mezclado los unos con los otros, colocados de maneras estratégicas para que siempre eligiera el necesario, versos al azar o frases entresacadas de novelas, la palabra adecuada en el momento preciso…
Ellos, a los que incluso llegué a dar un hermano con el que jugar, hoy también me miran mientras escribo esto en su día, en el día de los libros. En esta casa, ojalá la definitiva descansan alborotados e impacientes porque estrenan vida, como yo. Están ansiosos por ver qué sale de esta nueva aventura y se han ordenado una vez más con sus estrategias librescas sacadas de no sé qué novela …pero a mi ya no me engañan, después de tantos años juntos sé perfectamente que esta vista de la ría les encandila y que lo que estos días han visto en mi salón quieren, como yo, que se repita ante sus ojos hasta el fin de los días…
(En el Día del Libro)