No ha cumplido aún los treinta años, pero la mirada de Caddy Adzuba (República Democrática del Congo, 1981) rezuma una tristeza que estremece. Tanta como determinación.
Esta periodista llegó a España el pasado 26 de diciembre, huyendo de las amenazas de muerte que llegaban a su teléfono móvil prometiendo “cerrarle la boca con una bala en la cabeza”. De hecho, ya había esquivado alguna milagrosamente: una mañana, recibió una visita inesperada en su propia casa antes de acudir al trabajo en Radio Okaki (emisora de la ONU), donde denunciaba sin desaliento las atrocidades. Allí ha visto morir a tres de sus colegas masculinos.
Hace unos días, tuve el honor de compartir con ella una comida que organizaba el Club de las 25. Esta asociación de mujeres feministas le otorgó el pasado año un merecido premio a su lucha por la libertad de expresión y de prensa en su país. (No pudo recoger el galardón entonces y fue Amelia Valcárcel quien lo recibió en su nombre.) También le concedieron, unos meses antes, el premio internacional de Periodismo Julio Anguita Parrado.
De Caddy impresiona no sólo su trayectoria vital y profesional, sino su forma de narrar. Como en las viejas tradiciones orales, recojo su testigo e intento trasladaros su historia lo más fielmente posible.
Imaginaos la escena: una noche, después de la cena, la tranquilidad de una familia –madre, padre y cinco hijos- se ve bruscamente quebrada por la entrada en su hogar de los rebeldes. La mujer es violada una y otra vez delante de sus seres queridos e incluso fuerzan a su hijo mayor a que lo haga. Mientras, el marido intenta oponer resistencia. Y comienzan a cortarle la lengua, las orejas, la nariz… hasta que se desangra vivo allí mismo.
Se llevan a la madre y a los niños a la jungla, donde ella es utilizada como esclava sexual y les separan. Al quinto día, cuando ella pregunta por ellos, le dicen que la carne que ha estado comiendo durante esas jornadas pertenece a sus hijos. Y, para demostrárselo, le enseñan las cinco cabezas.
La mujer suplica entonces por su muerte porque, como católica, no puede quitarse la vida. La respuesta de los bárbaros es que no tiene derecho a morir y que debe vivir con esa pena.
Cuando una de las asociaciones en las que Caddy participa la encuentra vagando por la carretera, se la llevan aferrada a una bolsa de plástico: allí están los restos de sus hijos y no permite que nadie la separe de ellos ni los entierre.
Caddy estuvo con ella en el hospital el 20 de diciembre.
Esta es sólo una historia entre las de 300.000 mujeres agredidas sexualmente y utilizadas como estrategia de guerra en el Congo. 300.000 vidas rotas con edades comprendidas entre los tres meses (sí, un bebé) y los 85 años. Y 40.000 niños-soldado reclutados por los grupos rebeldes. Y 350.000 huérfanos vagando por las carreteras.
Mientras, los países ricos compramos su coltán y su casiterita (minerales que se utilizan en la fabricación de teléfonos móviles, videojuegos y componentes electrónicos), extraídos de las minas del este que controlan los guerrilleros de mil facciones. Los mismos que violan a las mujeres con sus penes, sus cuchillos, sus cigarrillos encendidos o guijarros y les seccionan desde la vagina hasta el año. Algunos de esos animales tienen hoy, incluso, puestos en el gobierno.
Caddy está en España para pedirnos que, entre todos y aprovechando la presidencia española, reclamemos al Parlamento Europeo el cumplimiento de la Resolución 1325 de Naciones Unidas: se celebra este año su décimo aniversario y establece la protección de mujeres y niños en zonas de conflicto. Tan sólo 23 países en el mundo tienen un plan nacional para aplicar esa resolución.
Sin duda, ella es también una “actora de paz”, figura para que la Cuarta Conferencia de la Mujer (Pekín, 1995) pidió apoyo expreso.
Cady Adzuba estará en nuestro país hasta el 20 de abril -gracias a la fundación Euroárabe y a la Diputación de Granada-, explicando en seminarios y conferencias este horror silenciado que dura ya demasiado. Los periodistas estamos muy ocupados explicando en primera persona y en primer plano la catástrofe de Haití, de cuyo desastre también nos habíamos olvidado hasta el terremoto del pasado 12 de enero.
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