LA RESPONSABILIDAD DEL ESCRITOR
El hombre ha hecho el lenguaje. Pero luego el lenguaje, con su monumental conjunto de sinónimos, contribuye a hacer al hombre, se le impone desde que nace. Sus fórmulas, moldes expresiones, forman una organización aceptada por la sociedad y a la que hay que obedecer so pena de no ser entendido. Si un individuo rechazara la constitución lingüística normal de su país y adopta una sintaxis particular para su propio uso, ninguna ley hará que se lo vede, pero la so¬ciedad lo dejará aislado, por la simple razón de que no sabe lo que dice. Pero admitido eso, ¿deberemos admitir también que el lenguaje funciona como una fatalidad, que nos arrastra en su caudal, como el arroyo a la brizna de hierba?
Ha escrito Vossler que el hombre, por modesto que sea, al emplear el lenguaje nunca es un mero repetidor mecánico. Nos negamos a aceptar la actitud positiva ante el lenguaje cuando afirma, basándose en el principio idolatrado por el positivismo, que el lenguaje escapa por completo a toda acción voluntaria del hombre. Un brillante filólogo, Amado Alonso, afirmaba: “Una lengua ha sido lo que sus hablantes hicieron de ella, es lo que están haciendo, será lo que hagan con ella”.
¿Tiene o no tiene el hombre, como individuo, el hombre en comunidad, la sociedad, deberes inexcusables con su idioma? ¿Es lícito adoptar en ningún país en ningún instante de su historia, una posición de indiferencia o de inhibición ante su habla? O, por el contrario, ¿se nos impone, como una razón moral, una atención, una voluntad torturadora del hombre hacia su habla? Tremenda frivolidad es no hacerse esa pregunta. Pueblo que no la haga vive en el olvido de su propia dignidad espiritual, en estado de deficiencia humana. Porque la contestación entraña consecuencias incalculables. Para mí la respuesta es muy clara: no es permisible a una comunidad civilizada dejar su lengua desarbolada, flotar a la deriva.
PEDRO SALINAS
Ha escrito Vossler que el hombre, por modesto que sea, al emplear el lenguaje nunca es un mero repetidor mecánico. Nos negamos a aceptar la actitud positiva ante el lenguaje cuando afirma, basándose en el principio idolatrado por el positivismo, que el lenguaje escapa por completo a toda acción voluntaria del hombre. Un brillante filólogo, Amado Alonso, afirmaba: “Una lengua ha sido lo que sus hablantes hicieron de ella, es lo que están haciendo, será lo que hagan con ella”.
¿Tiene o no tiene el hombre, como individuo, el hombre en comunidad, la sociedad, deberes inexcusables con su idioma? ¿Es lícito adoptar en ningún país en ningún instante de su historia, una posición de indiferencia o de inhibición ante su habla? O, por el contrario, ¿se nos impone, como una razón moral, una atención, una voluntad torturadora del hombre hacia su habla? Tremenda frivolidad es no hacerse esa pregunta. Pueblo que no la haga vive en el olvido de su propia dignidad espiritual, en estado de deficiencia humana. Porque la contestación entraña consecuencias incalculables. Para mí la respuesta es muy clara: no es permisible a una comunidad civilizada dejar su lengua desarbolada, flotar a la deriva.
PEDRO SALINAS
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